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sábado, 19 de abril de 2008

En la noche oscura

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Las luces de neón que dibujaban las grandes letras de tipografía moderna de la discoteca parecían bailar al ritmo de la machacona música que se asomaba a la calle entre el barullo de la gente que se apiñaba a su entrada, a la espera de conseguir acceder al interior. Sus ojos pasearon por los rostros, ajenos a su mirada bajo la excitación de otra vacía noche de marcha cuyas probabilidades a su fin eran terminar abrazados bien al ligue de turno cuyo nombre no recordarían al despertar, o bien al retrete de su casa si tenían la suerte de lograr llegar hasta ella.

Encendió un cigarro y chupó con fuerza el filtro antes de lanzar una profunda bocanada de humo al aire, que difuminó patéticamente aquella monótona escena, sin conseguir que semejase más original para ella. Se permitió por unos instantes cerrar los párpados y bloquear el paso de cualquier sonido que no fuese el silencio de su propio corazón a sus oídos. Suspiró profundamente disfrutando de aquella imaginaria calma durante un largo minuto. De nuevo sus pupilas fueron liberadas y la escasa luz filtrada en ellas le trajo el contorno de las formas humanas al otro lado de la acera. Dio una segunda calada al cigarrillo antes de tirarlo al suelo aplastándolo bajo la alta plataforma de su bota y cruzar la calle.

Ignorando los desdenes y reproches de los colistas, se dirigió con andar sensual y seguro a la cabeza de la cola y se plantó ante la cuerda roja que impedía la entrada al local.

Un enorme tronco vestido con un smoking cuya talla probablemente habría sido hecha a medida se interpuso en su camino. Ella no cambió su rostro. Sus labios rojos se curvaron en una fina sonrisa, y sus largas pestañas se alzaron dejando que su mirada se topara con las oscuras gafas del portero.
- El cupo está lleno. –declaró él tratando de que quedase clara la prohibición implícita en su contundente tono de voz.

El destello azul que despedía su mirada no se movió. Ni un pestañeo. Ni una palabra. El gorila descruzó los brazos y sus manos se encontraron dejando que sus dedos jugaran con la solapa de su chaqueta delatando su creciente nerviosismo. Había bajado la guardia. De nuevo, sus labios se permitieron declarar su victoria con una fría sonrisa. Incomprensiblemente abatidas, las gruesas manos del hombre desengancharon la cuerda dejando paso a su esbelto cuerpo.

El griterío que había dejado atrás se antojaba un remanso de paz en comparación con el interior de la discoteca.

El humo artificial que vomitaban los cañones envolvía cientos y cientos de cuerpos que se agitaban frenéticamente en una epiléptica danza bajo la intermitencia de los fogonazos con que las luces ayudaban a entrar en aquel trance de inconsciencia, iniciado seguramente por algún que otro estimulante que el alcohol ayudaba a digerir. En las altas jaulas que pendían del techo, varias mujeres cuyo único atuendo visible constaba de unos altos zapatos de tacón, el brillo que embadurnaba sus cuerpos y un antifaz que ocultaba sus ojos, invocaban al público a dejarse llevar por el movimiento de sus caderas, iniciando una noche más un ritual que desembocaría en muchos de los casos en un invite a la autodestrucción.

No se detuvo a observar el panorama. Lo conocía demasiado bien. Las conclusiones y divagaciones quedaban para más tarde, cuando nada atrofiase el libre razonamiento de la consciencia.

Avanzaba entre los empujones involuntarios y las convulsiones semiinconscientes como si su impoluto cuerpo estuviese exento de aquel insignificante contacto físico, sin notar a penas los crujidos de los cristales rotos que cedían bajo el peso de sus firmes pasos.

Como una leona que rodea la manada de gacelas, paseó una y otra vez por entre el bullicio dejando que las manillas del reloj avanzasen a su antojo sin su reclamo. Bajo su rostro impasible y ajeno a su contexto, sus ojos analizaban minuciosamente cada gesto, cada máscara y cada actor que escenificaba aquella teatralidad de lo absurdo.

No había pensamientos. No había juicios. Simplemente, descartaba análisis. El escáner de su mente iba a ritmo vertiginoso a medida que su mirada se desviaba cabeza sobre cabeza. La pista de baile esgrimió su rastreo y sus pies se desviaron hacia la oscuridad que iniciaba el paso hacia los reservados. Sus pupilas seguían captando las situaciones con igual claridad que si el sol brillase en el interior de la discoteca.

Sin el menor pudor, se dejó ir entre la interminable hilera de parejas y grupos cuyas manos y lenguas se perdían a la vista bajo las ropas y los cuerpos de sus compañeros de nocturnidad.

Tranquilamente, se apoyó contra uno de los redondeados sofás que se encontraba en la zona central de los reservados, y dejó que su aguzado oído hiciese el resto del trabajo. El análisis metódico que su mente llevaba ya horas procesando continuó al mismo ritmo, añadiendo y descartando gemidos, expresiones, ahogos, risas y balbuceos hasta que al fin, un elemento no superó el escaneo. Algo se había quedado en la cola. Algo no se había procesado bien. Aquel algo que daba inicio una vez más, a su ritual particular.

Se permitió una sonrisa mientras sus ojos daban con el protagonista de su obra. Allí estaba, apoyado de espaldas a ella sobre la barra del fondo. Había encontrado a su gacela. La presa enfermiza. No. La tierna. El bocado deseado cuyo olor ha despertado el apetito de la leona desde que su madre lamió los restos de placenta cuando sus finas patas la sostuvieron por primera vez.

Excitada por su nueva motivación, lo observó estudiándolo con atención para preparar su ataque, al igual que la felina se mueve entre las altas hierbas de la sabana buscando el mejor ángulo para saciar su necesidad.

Facilitándole el trabajo, él se dio la vuelta apoyando su espalda contra el mostrador, y equilibrando su cuerpo con la flexión de su rodilla. Entre sus manos, un vaso a medio beber se agitaba haciendo castañear los hielos semifundidos por el alcohol contra el cristal. Manos jóvenes, cuyos moratones y cicatrices delataban su afición por los deportes, y por las peleas entre machos.


Las mangas de una cazadora de cuero marrón dejaban a la vista un caro reloj de titanio que la camisa blanca no llegaba a esconder, ayudando a su portador a lucir todas sus cartas.

Sus labios, finos, cerrados en una impasible mueca. Un disfraz a su nerviosismo. Sus ojos claros, fijos en la pista de baile, pestañeaban rápidamente para aliviar el enrojecimiento que ahogaba su color blanco. Distraído, se frotó los párpados con los dedos mientras preparaba otro trago. Algo se lo impidió. Guió su mirada hacia la mano que sujetaba su vaso, y se topó con unos ojos azules que lo miraban insinuantemente, y unos carnosos labios rojos que le esbozaban una embaucadora sonrisa. Casi sin percatarse, liberó la presión de sus dedos alrededor del recipiente y aquella mano femenina se apoderó de él. Sin dejar de clavar en él sus ojos hipnóticos, acercó el vaso a su barbilla, meciéndolo, y aspiró su aroma tostado. El fino cristal rozó su labio inferior y el vaso se inclinó para permitirle probar el sabor de su contenido. Al verse liberados de nuevo de la presión del cristal, un último sorbo de licor se deslizó por ellos, humedeciéndolos en aquella delicada suavidad adornada del carmín que ahora se imprimía en el cristal. Un fino hilo se deslizó por la comisura de su barbilla, tomando un camino prohibido por el canal de su esbelto cuello. A pesar de que su mirada estaba atrapada por aquellos ojos azules, la sola visión de sus labios, de aquella gota que se había tomado la licencia de recorrer su escote libremente, despertó en él una enfermiza locura.


- Me gusta el whisky. –Su voz. Era el último eslabón, el candado que cerraba aquella cadena de frenético deseo que ella había cerrado sobre todos sus sentidos en tan sólo una mirada.
- Puedo invitarte a una copa. –Estúpido. ¿Era lo único que se le ocurría? Interiormente se maldijo por aquel bloqueo que le hacía desconocer la fórmula para abordarla. Sus labios temblaron inconscientemente acusando su nerviosismo, y ella esbozó una torturante sonrisa, sabedora de su dominio.


Con cierta expresión coqueta, deslizó su perfecto dedo índice por el contorno redondeado del vaso, y se llevó la punta a los labios, para succionar la última gota que había escapado a sus labios en aquel trago que invitaba a su víctima a su juego macabro.


De nuevo, su boca tembló, seguramente en lugar de sus manos o del resto de su cuerpo, ante la impotencia y la impaciencia de poseer el nuevo objeto de su tormentoso deseo repentino. No sabía cómo. No importaba cómo. Pero tenía que ser suya.


Finalmente, ella asestó el último golpe a la barrera de contención que sostenía tanto su control como su testosterona. Sin dejar de mantenerlo atado con el azul de sus ojos y el rojo de la lascivia que dibujaba su sonrisa, redujo la barrera física que separaba sus cuerpos a una distancia casi imperceptible pero existente. El cuerpo de su presa tembló al sentir el aliento que se deslizaba entre aquellos labios perfectos tan cerca de su oído, rozando su lóbulo con su simple frialdad. La cercanía de su esencia le resultaba tan agónicamente perceptible como insoportable el parálisis que parecía agarrotar todos sus miembros. Necesitaba tocarla, saciar la fogosidad que ella había provocado en él en aquellos labios infernales. Pero apenas era capaz de dejar de temblar.


- No habrá más whisky por esta noche. –de nuevo su voz era un invite a la lujuria, y el simple roce del aire impulsado por su susurro al impactar contra las paredes de su oído alimentó el fuego que movía sus impulsos masculinos.


El sonido del vaso al contactar de nuevo con la barra cerró aquella corta conversación. Ella se separó nuevamente estableciendo un cercano contacto visual que le aseguró el control absoluto, y le dio la espalda caminando en dirección a la salida trasera de la discoteca. Como un resorte, los músculos del joven respondieron a la llamada de su dueña, y sus piernas avanzaron como hechizadas tras ella.

5 comentarios:

Lalih dijo...

:O que genial mami!!!!!!!!!!!! quiero masssss xDD


que bien escribes mujer!!!!


besos!!!

Anónimo dijo...

wapisima

Que puedo decir mi niña,no creo que esto acabe en el olvidado rincon sino como una excelente publicacion.

Ten fe

Cada palabra que escribes abre un mundo de sueños excitantes.

un besote enormeeeee

Auri

Anónimo dijo...

Hola, Nosta. Me encanta el trozo que colgaste, pensé que iba a tardar en leerlo pero no costó nada, pues las palabras fluyen solas como si fueran una melodía. Escribes de maravilla, ya me gustaría a mi escribir la mitad de bien de lo que lo haces tú. ¡Eres excelente escritora! Seguiré leyendo tu novela.

ElPadre / Felix

Anónimo dijo...

Una prosa genial hilada perfectamente y con gancho. Se nota tu gusto por lo misterioso y oscuro y además te sienta bien; sin embargo no abuses de ello.
Sigue así. Saludos.

DaRk EnDoH dijo...

Hola! Aquí estoy como dije, pero no puedo seguir leyendo por hoy porque tengo que seguir estudiando T.T Jo, con lo interesante que está!
Me gusta mucho tu manera de escribir, pensaba que iba a costarme leer todo el trozo (la presión del estudio, jeje) pero la lectura me ha resultado amena y fluída. La escena en sí me parece de película y tal y como ha transcurrido no creo que al chaval le pase nada bueno XD
Tienes una manera de describir la situación que hace que no cueste nada de leer, en fin, es un trozo en el que apenas hay diálogos y no se hace para nada pesado, eso es mucho ^^
Seguiré leyendo, pinta bien la historia y la chica me ha hechizado (me gustan ese tipo de personajes :p) Decididamente, cuando acabe el curso, tengo que hacerme con "La unión de Orión"! :D
Un beso muy fuerte!


DaRk EnDoH