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sábado, 26 de abril de 2008

El lirio sagrado (parte 1)



1


Bajo el tono anaranjado de la luz callejera, la carretera parecía una serpiente plateada que ondulaba entre los altos edificios hasta abrazarse con el río y con las primeras casas bajas que se construían a la salida de la ciudad. Allí, sus escamas se endurecían al tiempo que la estridencia sonora y luminosa de la urbe quedaba atrás.
Le gustaba caminar por allí, en la soledad, en el silencio de la noche. No temía a los peligros que ofrecían aquellas horas. Tal vez algún día sí los temió. Pero ya no, ya nunca, pues ahora ella había de ser el objeto del temor.
Aún enfundados en sus altas botas de tacón metálico, sus pies a penas hacían ruido alguno sobre el asfalto. Sin embargo, los perros que dormían plácidamente en sus casetas se despertaron inquietos, y un creciente murmullo de gimoteos le dio la bienvenida.
Sobre su tez pálida se fue dibujando la oscura sombra que proyectaba un árbol, anunciando la presencia reprimida de la naturaleza. Como tocada por un ángel, alzó la cabeza y lo contempló con una sonrisa un tanto nostálgica. Hacía demasiado tiempo que no veía sus colores, el verde intenso de sus hojas, el marrón rugoso de su corteza…La luz de la luna era insuficiente para apreciarlo en toda su plenitud. Tenía que conformarse con acariciar su textura y tratar que el paso de los años no borrase el recuerdo cromático de su memoria.
Apoyándose en su ancho tronco miró el reloj. A penas quedaba una hora para el amanecer. Demasiado poco tiempo. Esa noche se había retrasado ligeramente. Tendría tiempo, pues ya estaba cerca de su último objetivo diario, pero no podía permitirse las prisas. No quería. La premura para ella cobraba otro significado, y había aprendido a no desperdiciar la posibilidad de un lento hacer que le ayudase a mantenerse ocupada y rehuir las horas quietas y el insomnio. Por ello le gustaba el invierno. Adoraba el invierno. Las horas de luz se reducían, y la larga noche regresaba para acompañarla en sus paseos y soportar su rencor hacia su condición nocturna.
Dejó el árbol atrás por fin, y la hierba fue sustituida por un camino pavimentado que llevaba hasta la puerta de madera de una casa de planta baja. La miró curiosa. No era demasiado grande, ni demasiado pequeña. No llamaba la atención en exceso, pero parecía acogedora. Probablemente de una familia de clase media, al igual que la mayoría de aquel barrio que servía de dormitorio a los obreros y trabajadores de la ciudad. El felpudo de la entrada crujió bajo sus pies y algunas letras de la palabra “Welcome” desaparecieron bajo sus botas. Se entretuvo un segundo pensando en la falsedad de aquella alfombra, pues probablemente ella no sería bienvenida en aquella casa. Alzó la caja que llevaba entre las manos hasta la altura de los ojos y la estudió con el ceño fruncido. No, allí no era un buen lugar para ella.
Liberó nuevamente al felpudo de su presión y rodeó la casa saltando ágilmente la valla del jardín. Una piscina no demasiado grande hacía de espejo al reflejo lunar, rodeada por una hierba que llevaba más de la cuenta sin ver un cortacésped. Un pequeño porche y una ventana daban a ese lado del jardín, pero ella los ignoró, continuando hacia la parte trasera. Probablemente, el salón y el dormitorio matrimonial, normalmente situados en la mejor vista que ofrecía la casa.
En la parte de atrás, dos ventanas, una de cristal ahumado, y otra de tamaño normal, con las contras cerradas a cal y canto. Esa bombilla que parpadea en el indicador de la intuición se encendió en su interior, y se permitió una sonrisa de satisfacción mientras se acercaba a la ventana.
- Siento llegar tarde, Sara. Era más desconfiado de lo que yo creía. –murmuró dejando la cajita sobre la repisa de la ventana.
En silencio, se mantuvo a la escucha tratando de captar la respiración acompasada de la joven al otro lado de la pared, pero como esperaba, no fue eso lo que escuchó. Un sordo sonido lejano bombeaba sangre incesantemente al cuerpo encogido de la joven. Una música estridente, potentes baterías, el rasgar de una guitarra eléctrica y una gutural voz resonaban en los tímpanos a través de los auriculares. Y al fondo, los muelles del colchón se estremecían en un gemido casi imperceptible bajo el temblor que producían sus sollozos ahogados en la almohada húmeda.
Una gran parte de ella sentía compasión, pero quizá esa misma permanecía impasible. Esa “fase” no había llegado a completarse para ella. No había tenido tiempo para lágrimas a solas en su habitación. Un pitido de su reloj le advirtió que se le agotaba la noche, permitiéndole abandonar aquel debate entre sus propias opiniones. Mañana sería otro día. Cubriendo sus ojos con unas lentes oscuras por si los primeros rayos del sol llegaban a alcanzarla, se despidió sonriéndole cómplicemente a la persiana, como si su expresión pudiese traspasarla y llegar hasta la joven que sobrevivía al otro lado.
- Que tengas dulces sueños, Sara.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Muy interesante! ¿Esa será la misma mujer del primer capítulo? Estoy enganchado, esa tipa es muy misteriosa. Debe ser una especie de vampiresa o de criatura de la noche. Estaré atento a tu próxima actualización.

Felix

Anónimo dijo...

Mi primera impresión al leer el capítulo fue que la chica era un vampiro o algo. Luego pensé que no pero la verdad es que ese gusto por la oscuridad mosquea XD
En la caja lleva lo que creo que lleva, verdad? :s