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sábado, 3 de mayo de 2008

De mi piel desnuda (parte 1)



1

Cuando por fin aquel enfermizo objeto del deseo en el que sus labios se habían convertido, rozó los suyos, un frío inesperado empañó la dulce ambrosía que su boca esperaba probar. El escalofrío se congeló en su garganta mientras un parálisis fulminante se extendía como la pólvora desde la resquebrajada piel de sus labios tocados por su misteriosa diosa hasta el último nervio de sus extremidades.
Su instinto empujó su cuerpo a la búsqueda frenética del movimiento, pero a penas los músculos le respondieron en una última sacudida cuando ella lo empujó para hacerlo caer sobre la cama. Sus pupilas se contrajeron involuntariamente ante la inequívoca sensación de que los sucesos de la noche estaban torciéndose extrañamente hacia la línea de lo peligroso.


Ella lo miraba desde su posición privilegiada regalándole aquella hipnótica sonrisa que, cómo estaba a punto de comprobar, lo había llevado hasta el que sería su lecho de muerte. Bajo el pavor de la parálisis el brillo de aquellos ojos femeninos se tornaba diabólico, y cuando las suaves manos de aquella mujer arrancaron los botones de su camisa para dejar su hinchado torso al descubierto, la lascivia que incitaba sus más bajos deseos masculinos se había esfumado por completo. Como si conociese a la perfección aquel cuarto, la vio abrir el armario por el rabillo del ojo y escuchó sus seguras manos tantear el doble fondo del mismo.


- ¿Por qué me miras así? –su voz enloquecedora disfrutaba de aquel diálogo con el silencio de sus gemidos ahogados mientras usaba sus propias cadenas para apresarlo a la cama. - ¿Acaso no es así como te gusta jugar?


Estaba cada vez más aterrado. Sintió su frío dedo deslizándose por su barriga. El sonido de su cinturón al liberarse y el roce de sus nudillos mientras el botón de sus pantalones cedía lo confundieron en extremo. ¿Qué estaba sucediendo? No estaba acostumbrado a ser él la víctima de un juego sexual en el que una de las dos personas no estaba del todo de acuerdo con las reglas improvisadas.


- ¿Qué te ocurre? ¿Tienes miedo? –su voz exageró un tono cantarín mientras la ropa dejaba al fin al descubierto sus genitales. – ¿No te…excita eso? ¿esa sensación de impotencia? ¿sientes la adrenalina estallando en tu interior mientras tratas de liberarte? Es tremendamente excitante… ¿verdad?


Aquellos seductores ojos tenían ahora un brillo psicótico que terminó por congelar la sangre en su cuerpo ya paralizado.


- Sé que te gusta disfrutar el dolor de la inocencia atada a esta mugrienta cama donde desahogas tu inmunda miseria. Soy tu ángel, y voy a concederte el placer más intenso para que consumas los últimos minutos de tu podrida existencia entre el suplicio de tu propia perdición.


Su interior se retorció de terror y todo su cuerpo se debatió frenéticamente por zafarse de aquellas manos. Sintió la frialdad maldita de aquellos labios rozando la piel de su pene y el escalofrío incitó de nuevo cada uno de sus músculos a catapultar el último intento por ganar la batalla a la parálisis que lo atenazaba.

Lys reprimió una arcada de repulsión al acercar su boca a aquel infesto nido de desgracia, pero su propio discurso había caldeado su interior, y aquella enfermiza sensación de poder unida al agridulce sabor de la venganza la hizo estallar de locura mientras sus dientes se cerraban en torno al pene de aquella nueva víctima. Los colmillos, estimulados por el ansiado contacto de la sangre, se afilaron como cuchillas alrededor de la carne sesgada.

El dolor lo inundó como una oleada de agua que mojó su cuerpo seco por el veneno. Gritó sin voz. Se debatió entre la agonía del embotamiento en el que sus músculos se retorcían inútilmente. Trató de rebelarse una y otra vez, hasta que la frustración fue mayor que el debilitamiento causado por el veneno y su miembro desangrado. Vencido por su castigadora, gastó las pocas fuerzas de las que disponía su consciencia agotada para desear y suplicar con los ojos la muerte a su verdugo.

La sangre fue resbalando por sus dientes mientras sus colmillos se retraían poco a poco. La contracción de sus pupilas todavía guardaba el ardor del enorme esfuerzo que para ella suponía resistir la sed a aquel líquido maldito, pero la repulsión que su víctima le causaba opacaba cualquier sensación o necesidad corpórea que pudiese tentar en afectarla. El hombre yacía paralizado por el veneno que ella misma le había inyectado y su vida se escapaba lentamente por la herida que lo desangraba más abajo de su cintura. Sus manos cubiertas por finos guantes de látex palparon el suelo hasta dar con el miembro seccionado que aún chorreaba intensamente sobre la sucia sábana de la cama. Lentamente comenzó a tararear una canción al tiempo que dibujaba letras escarlata sobre la abultada barriga de aquel cuerpo moribundo. Una palabra, otra… así hasta terminar. Se levantó y giró la cabeza para contemplar su obra. Se permitió incluso esbozar una sonrisa. Su caligrafía con aquel nuevo instrumento de escritura mejoraba con la práctica.


- Precioso. –dijo una voz masculina a sus espaldas. –Precioso, de verdad. -un aplauso enfatizó sus palabras de alabanza.
- Guárdate tu ironía, Claud. –bufó ella despectiva, sin tan siquiera mirarlo. –No me gusta que me sigas. Ya lo sabes.
- Lo sé. –se mostraba complacido por los frutos de su pequeña travesura. –Simplemente tenía curiosidad por verte en acción en una de tus… fiestecillas íntimas.
Ella lo ignoró creyendo que cualquier forma de atención hacia él sólo halagaría sus tonterías. Dirigió su mirada a la silla sobre la que minutos antes había dejado algo que necesitaba y frunció el ceño al no encontrarlo.
- ¿Buscas esto? –Claud mostraba sus blancos dientes en una lacónica sonrisa mientras hacía pendular el lirio ante sus narices.
- ¿No tienes nada mejor que hacer? –gruñó ella arrebatándoselo de entre las manos.
- Sinceramente, no. –contestó con abrumadora sinceridad sentándose en la cama junto al cuerpo desangrado y pasándole un brazo por encima de la cabeza –La ciudad está un poco aburrida últimamente. ¿A que sí amigo? Me muero de ganas por que llegue el fin de semana y volver a Ville Môntreau.
Sus ojos femeninos lo increparon con una expresión que bailaba entre la sorpresa y la frustración.
- Oh, no me digas que ya no lo recordabas. Lys, Lys… Eres demasiado despistada. ¿No pretenderás faltar a la cita de Dama? –su socarronería la sacaba de sus casillas, aunque en el fondo esta vez llevase algo de razón.
- Por supuesto que no. –espetó fríamente. Claud sonrió de nuevo y la observó en silencio mientras ella acariciaba suavemente los pétalos del lirio, antes de deslizar su pura superficie sobre las sábanas empapadas en sangre.
- Eres tan melodramática… -al final no podía reprimir alguno de sus molestos comentarios. Lo ignoró. – ¿has terminado ya? Ya casi amanece y no me resultaría demasiado… agradable tener que quedarme todo un día encerrada con este pobre hombre. Es bastante aburrido.
- Nadie te pidió que vinieras. –contestó ella fríamente. Él se levantó de la cama y se paseó tras ella deslizando sus frías manos sobre sus hombros y acercando sus labios a su oído.
- Vamos, no te enfades con el viejo Claud. Si no fuera por mí, no tendrías esta oportunidad.


Incluso sus manos advirtieron el escalofrío que sus palabras provocaron en la espina dorsal de la joven. Al instante, él las retiró lamentándose lejanamente de lo que su comentario pudiese provocar. Tras una fuerte inspiración, los músculos de Lys se destensaron y dejó que sus pasos separasen aquellas irritantes manos del contacto con su cuerpo. Bajó los peldaños renqueantes y llenos de polvo de aquella casona que sobrevivía entre un muro de rascacielos en aquella ciudad y se encontró en el vestíbulo de la planta baja. Realmente era la primera vez que estaba allí, pero de alguna forma la conocía muy bien. Tanto que sus pies se movían entre sus paredes como si la hubieran visto crecer. Atravesó el salón y entró sin vacilación a la pequeña despensa que se disponía junto a la cocina en la parte trasera de la vivienda. Abrió la puerta y contempló los estantes repletos de latas de comida y los salchichones que colgaban del techo junto a algún que otro jamón. Sonrió mientras acercaba el lirio ensangrentado a su rostro para oler una última vez su aroma tan personal.


- Ya falta poco, pequeña. –con esa última despedida, dejó caer la flor y se dio la vuelta.
Los fríos ojos negros de Claud estaban allí para enfrentarla fijamente. La miraban interesados y un tanto sorprendidos.
- Podemos irnos. –anunció ella.
- ¿Eso es todo? –su tono no disimulaba un ápice de decepción. –Ahora viene lo mejor de la función… ¿No vas a…?
- Podemos irnos. –lo interrumpió ella enfatizando sus palabras duramente. Dándole la espalda cruzó ante él y tomó la dirección de la puerta trasera por la que había entrado hacía apenas una hora. Claud echó un último vistazo a la flor que descansaba en el suelo de la despensa y se encogió de hombros.
- Es una lástima. –dijo. –Habría sido una vampira interesante.

2 comentarios:

Carlos dijo...

Hola de nuevo... me he confundido de parte ¬¬

Te está quedando muy bien, al principio es incitante pero luego es "doloroso" jajaja

y la trama se complica cada vez mas ^^ ainss como me gusta como escribes *_*

Anónimo dijo...

Joder, me ha dolido hasta a mí! XD Vale, pues tenía razón era una vampira ^^ Ya se va desvelando poco a poco el misterio