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martes, 12 de agosto de 2008

Envuelto en llanto (parte 2-1)




Disculpas por la tardanza pero finalmente he retomado la novela. Dado que la extensión de los capítulos va aumentando progresivamente, iré subiendo los capítulos más fragmentados que antes en ocasiones, aunque sigan constando de dos partes como siempre. Espero que lo disfrutéis.




2



Las calles atemperadas a aquellas horas de la entrada madrugada construían una canción de cuna que invitaba todavía a un último paseo antes de rendirse al final de la jornada. El barrio gótico destilaba un silencio embaucador por las rendijas aprisionadas entre las piedras de sus muros cuando Leo enfiló la calle de Sant Sever. Sus pies caminaban automáticamente por aquellas conocidas losas de piedra mientras su cabeza hacía un recorrido paralelo por los sucesos del día. Las luces amoratadas que se filtraban por la sucia vidriera de una puerta baja le dieron las buenas noches alegremente. Empujó la puerta recibiendo el calor hogareño que lo envolvía tratando de ahuyentar a la humedad fría de sus ropas. A esas horas quedaban todavía tres personas en la taberna. Dos hombres y una mujer que compartían la borrachera y el inminente sueño que los postraba rifándose la barra como almohada a la par que la necesidad de aferrarse a aquel interminable último trago como excusa para huir de aquello que se encontrarían dentro de la puerta de su casa. En los altavoces, sonaba como una nana de lujo que los empujaba al sueño, el Summertime en la voz de Ella Fitzgerald y Louis Amstrong. Leo se sentó en mitad de la barra, dejando caer sus manos alrededor del vaso que le aguardaba en el lugar habitual.
- Día duro, ¿eh? –las palabras de Marc acompañaron el vibrante sonido de la ginebra se precipitaba entre el cristal ahogando los hielos y la rodaja de limón.
- No te haces una idea. –contestó él agitando el vaso entre las manos antes de llevárselo a los labios y dar un prolongado trago.
- ¿Todavía no hay pistas del asesino? –preguntó el hombre.
- Nada. Cuando creía que las pistas que habíamos conseguido nos llevarían directamente a un culpable, no han hecho más que conducirnos a dudas sin lógica alguna.
Dio otro largo trago a la ginebra para apartar de su cabeza los enigmáticos interrogantes que la doctora Esteban le había planteado hacía apenas una hora.
Marc lo miraba fijamente con una media sonrisa mientras secaba las cucharillas recién salidas del lavavajillas.
- Deberías irte a dormir. Pareces un cadáver. – Bruni lo miró arqueando una ceja y apuró el último trago que malvivía en el fondo de su vaso como respuesta.
- Ponme otro trago, anda.- dijo señalando la botella de Martin Miller’s que todavía estaba apartada sobre la estantería al otro lado del mostrador. El camarero apoyó las manos sobre la barra y le dirigió una sonrisa desaprobadora.
- Si te vuelvo a llenar la copa para mañana no me quedará ni una gota de ginebra. Te pondré un café con leche. –contestó mientras vaciaba los posos del anterior café.
Leo emitió un gruñido molesto pero no dijo nada. En ocasiones sabía que el juicio de Marc sería mucho más razonable que el suyo propio, fustigado por el cansancio físico y mental.
Marc Ferrer empezó para el siendo simplemente el camarero y afortunado dueño de aquel garito sin pena ni gloria que dormitaba en una de las estrechas calles del barrio gótico, cerca de su apartamento. La primera vez que pisó aquella tasca fue casi por tropiezo, escapando de una de esas trombas de agua que juegan caprichosamente con la temperatura y la paciencia a finales de verano. Aquel día descubrió uno de los pocos locales donde uno podía saborear una Martin Miller’s traída directamente desde el regazo de Ángela, el agraciado nombre del alambique con el que se destila esa ginebra.
El agua mágica de Ángela lo hizo regresar a menudo a buscarla, hasta que la conversación y la charla de Marc se convirtió en un motivo tan habitual y atractivo como el sabor del trago al final del día.
Hombre de pocas palabras al que ya sobraban canas y kilos, había convertido una infravalorada profesión que lo había atado a aquel hundido rincón en el corazón de la ciudad condal en la sustituta de un instinto paternal que no había tenido el habitual desahogo en el curso de la naturaleza humana. Sus clientes, la mayor parte de ellos asiduos, eran prácticamente una familia que se reunía día tras día alrededor de aquella mesa alargada y estrecha al calor de un buen vaso de licor y unas orejas que sabían escuchar. La confianza que otorga el trato diario terminó por convertirlo con los años en el padre vigilante que cuidaba de alguna forma que la desesperanza se ahogase en los vasos sin que el whisky terminase por destruir la esperanza de quien a él recurría.
Leo era uno más de sus hijos, quizá más especial que los demás. Ambos eran conscientes aún sin permitir que las palabras dejasen constancia de ese lazo. Él pedía su copa; Marc se la servía. Su muestra diaria de complicidad.
Ahora Marc se negaba a servírsela. Era alguien especial.
Sorbió el café intentando alargar aquella sensación hogareña que sentía sentado sobre aquel tosco taburete de madera, y finalmente la capacidad de la taza cedió. Dejó un billete de cinco euros sobre la barra y se levantó de mala gana.
- Esconde esa botella. –le dijo a Marc. –Mañana vendré a por otra ración.
- No te preocupes tanto por la ginebra. Vete a dormir un rato. –le aconsejó despidiéndose el camarero.
- Bona nit.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hala, cuánto tiempo! No veas qué sorpresa cuando paseando por casualidad me topé con otro trozo XD
Curiosa relación la de estos dos, sigue bien la historia ^^