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sábado, 15 de noviembre de 2008

Envuelto en llanto (parte 2-2)


La noche se perdió entre las arrugas de las sábanas que se retorcían alrededor de sus piernas cada vez que otra vuelta más caía sobre el colchón. El picor de ojos se hizo insoportable a medida que las luces rojas de los números del despertador escribían horas en la oscuridad de su cuarto. Finalmente, el cansancio venció al insomnio cuando el sol se asomaba sobre la costa catalana. El sueño fue tan breve como agitado, y cuando se despertó, Bruni tuvo la sensación de que su mente había continuado removiendo las piezas del rompecabezas del caso mientras sus ojos estaban cerrados.


La fuerza de la ducha barrió el sudor que empapaba su cuerpo mientras permitía a su cabeza perderse en el sonido del agua golpeándole la frente. La cafetera y el armónico olor del café recién hecho fueron los únicos compañeros de desayuno que le dieron los buenos días una mañana más. Un saludo tan silencioso como solitario. Mientras daba vueltas a la cuchara su mente repasaba por enésima vez los datos del nuevo caso.
Ya había dos víctimas, y tenía la certeza de que habría más. Era necesario empezar a buscar sospechosos, tan necesario para el caso como para evitar que sus superiores comenzasen a ceñir el nudo de corbata en torno a ellos. Pero con los datos de los que disponían hasta el momento, no era del todo sencillo trazar un perfil. Las características de los cadáveres parecían apuntar a un hombre de complexión fuerte, más bien joven probablemente. No obstante no podía negar que el móvil de los crímenes y la forma en la que estos habían sido cometidos daba cierta credibilidad a la teoría de Torbes sobre una mano femenina tras las muertes.
Apuró los últimos tragos mientras vestía su gabardina y, dejando la taza sucia sobre la encimera, atrapó las llaves y cerró la puerta tras de sí.


Callejeó con el coche por el centro de Barcelona tratando de evitar los atascos matutinos. No tardó demasiado en llegar, pero el tiempo ahorrado se esfumó buscando un sitio para aparcar. En esos momentos se lamentaba de no haber comprado un coche de menor tamaño cuando tuvo elección.
Se tropezó con Tabarés en las escaleras de la entrada, que le dio los buenos días con una simple sonrisa. No podía evitar sentir cierta empatía hacia aquel joven. Era prácticamente un recién llegado al cuerpo a pesar de haber destacado lo suficiente para ser un fiel candidato a los ascensos, pero su buen carácter educado y lo suficientemente distante como para no entrar en lo personal, se habían ido ganando su aprecio.
- No trae usted muy buena cara ¿Ha pasado mala noche? –preguntó mientras empujaba la puerta permitiéndole el paso a Bruni.
- No demasiado buena, la verdad. –contestó mientras cruzaba el vestíbulo de la comisaría, como de costumbre, inundado por una marabunta de papeles y carpetas que parecían fluir entre la gente desafiando la lógica inversa. -¿Ya tenemos la sala a disposición?
- Sí. El grupo ya está reunido en ella.

Leonardo asintió complacido y se dirigió a una pequeña sala no muy lejos de su despacho. La misma había sido cedida como “centro de operaciones” para el caso de los asesinatos en serie. No había en ella más que un proyector, una pared de corcho y un montón de sillas en las que los agentes discutían ya sus propias teorías.
En la pared, se amontonaban datos en forma de números, nombres, fotografías y documentos donde el rotulador fosforescente discriminaba frases y frases para concederle a unas pocas palabras afortunadas el honor de la distinción.
En aquel tapiz improvisado se estaba escribiendo ya un diario personal e íntimo, un diario especial del asesino que no escribía él mismo, sino aquellos que estaban destinados a capturarle.
Leo dirigió unos sencillos “buenos días” a los presentes y se detuvo ante la pared observándola con detenimiento.
“Todos dejamos un rastro a nuestro paso. Una pisada, una huella, una voz, un olor pasajero… Todo lo que vemos, escuchamos, sentimos y oímos modela nuestro comportamiento, y lo que hacemos, delata aquello en lo que nos hemos convertido.”, pensó Bruni observando el panel. Entre sus propias cavilaciones fue reorganizando los papeles a su manera hasta darle una forma más propia de un diario de vida.
Dos fechas coronaban las dos columnas que hasta el momento formaban parte de aquella biografía de protagonista desconocido. Bajo ellas, una imagen. Una persona de relevancia fugaz en la vida del desconocido retratado. Un cadáver.
Los datos sobre las víctimas los dejó para el final. En este caso parecía claro que no eran lo importante. No había elegido las víctimas por su edad, raza o profesión. Los había elegido por ser hombres, más concretamente, por ser violadores. Esa era la clave.
Para redactar aquel diario, la identidad de las víctimas quedaba pues en un segundo plano, ante el cómo se había dibujado su venganza sobre ellas. En aquellas páginas improvisadas, lo que le hablaría sobre el asesino eran los cadáveres una vez muertos. Cómo se había encontrado con ellos, cómo los había matado, por qué ellos y no otros…
- “La doncella de los lirios” –la voz del inspector Torbes interrumpió tanto las cavilaciones de Bruni como las interpretaciones de los agentes. –Parece que la prensa ya ha bautizado a nuestra asesina.
- Todavía no hemos confirmado que sea una mujer. –replicó Leonardo molesto.
- Intenta explicárselo a los periodistas. –contestó con sarcasmo. –Sólo buscan el morbo fácil y este caso para ellos es un filón. Estos rumores arden como la pólvora en el boca a boca. De todos modos no negarás que todo apunta a una mujer. Cuando encontremos al asesino, sabremos si los lirios pertenecen a una doncella, o a un caballero. –añadió socarrón. Leonardo aceptó el comentario de mala gana concentrándose de nuevo en el panel.
Los lirios. ¿Por qué un lirio blanco?
“Te gustan los lirios.” –afirmó mentalmente en una conversación imaginaria con el asesino. –“o quizá simplemente es una señal, una firma más de tu particular estilo. Aunque a ti no te gustaría que lo llamase estilo. No. Un estilo es algo superficial, como un juego. Pero esto para ti no es un juego. Es una venganza. Y los lirios, ¿forman parte de ella? Quizá los odias tanto como para mancharlos con la sangre de tus víctimas. Si eres una mujer, todo lo que haces parece indicar que has sido violada. Sin embargo, no deja de sorprenderme tu comportamiento. Entendería que quisieses matar al hombre que te violó, pero ¿y el resto? ¿Acaso has sido violada por estos dos hombres? Pero entonces, ¿cómo encajan las otras dos jóvenes violadas? No, no creo que sea eso.”
- Pureza y esperanza. –la voz de Tabarés lo sacó de su ensimismamiento.
- ¿Qué?
- Pureza y esperanza. Es lo que el lirio blanco representa. –explicó pareciendo adivinar las cavilaciones del inspector.
- Muy apropiado. –comentó Bruni. –Eso es prueba bastante fiable de la relación de las flores con el caso. La simbología está clara.
- Sí. El lirio manchado en sangre representa la pureza arrebatada, el honor de una mujer ensuciado.
- Exacto. Aunque no debemos olvidar que todavía hoy quedan culturas en las que ese “honor” de las mujeres pertenece a los hombres, y por tanto, arrebatarlo se consideraría una seria ofensa al varón.
- Sin embargo, no es la única simbología que podría aplicarse en este caso. –Una voz femenina irrumpió en la conversación. Leonardo se giró para recibir a Alejandra, no sin cierta mueca de sorpresa. Un incómodo y cortante silencio dejó patente que aquel sentimiento era compartido por el resto de los presentes, que miraban a la mujer no sin cierto recelo. Ella advirtió lo que sucedía y, disimulando el rubor que comenzaba a delatar su incomodidad, se explicó con naturalidad. – Tengo alguna información que podría serles de utilidad. Espero que no suponga un problema.
Bruni arqueó una ceja sonriendo en su interior. Ella había jugado muy bien su baza con aquel comentario. Realmente, no tenían ningún motivo para excluirla, pero por todos era sabido que los forenses no eran demasiado bien recibidos en aquella comisaría. De esa forma, lo había puesto entre la espada y la pared, donde la pared la formaban todos sus agentes y la espada era una preciosa arma esbelta de ojos castaños, muy fina, pero muy afilada.
- Ésta es la doctora Alejandra Esteban. –la presentó finalmente concediéndole así el permiso y, de paso, la victoria. –Es la forense encargada de los cadáveres del caso, así que nos será de gran ayuda en la investigación.
La acogida fue tan poco cálida como tensa, pero finalmente nadie hizo ningún comentario en voz alta, a pesar de algún que otro murmullo. Rompiendo el hielo, el subinspector se adelantó y le ofreció una silla bastante adelantada.
- ¿Quiere que le pida un café, señora?
- Señorita -replicó ella al tiempo que cruzaba una fugaz pero significativa mirada con Bruni, - y no; he desayunado hace poco, pero muchas gracias por la oferta.
- Bueno, veamos entonces cuál es esa información tan valiosa que puede aportar usted a la investigación, doctora Esteban. –la instancia de Torbes trataba de evitar que algún otro “gentleman” se sumase a Tabarés, convirtiendo la reunión en un galanteo de don Juanes e Inéses.
- ¿A qué te referías con una segunda simbología?- preguntó Leonardo tratando de quitarle brusquedad al ataque.
- He investigado un poco sobre la flor de la que estabais hablando. Hay tantas especies distintas de lirios como leyendas y simbología sobre ellas. Después de la rosa, es la flor más usada en la literatura. Muchas otras flores son llamadas también lirio por error o simplemente por ampliación del significado de la palabra. Incluso se incluiría bajo esa denominación la flor de lis, uno de los emblemas más conocidos y utilizados en la heráldica.
>>Ésta especie en concreto es la llamada Hemerocallis o “lirio de la mañana”. También se le llama lirio japonés, lirio de la mañana o lirio de San Juan. Su particularidad es que su flor dura poco más de un día, sucediéndose las flores día tras día durante el período de floración. Suelen ser amarillos o anaranjados, pero se dan casos de otros colores, como el blanco.
>>En cuanto a la simbología, el lirio blanco es el protagonista de muchas leyendas, casi todas con significado parecido. Los Tepehuanes, una población indígena de Méjico cuentan con una leyenda en su tradición que habla de un joven, Sahuatoba, el “siempre eterno”, hijo del dios del Rayo y de la Estrella, que fue testigo del gran diluvio que arrasó la tierra y todas las especies que en ella habitaban. Tras él, Sahuatoba habitó durante años y siglos sólo y triste, hasta que un día descubrió que un lirio blanco había brotado en la ladera de su cueva. Emocionado, lo cortó para olerlo y la flor se transformó en una mujer a la que llamó Masada. Cada mañana, nuevos lirios brotaban de la tierra y al cortarlos, se convertían en una especie animal distinta con la que repoblaron la tierra. Para ellos pues, el lirio significa la esperanza y la vida, algo que también podría aplicarse en nuestro caso.
>>Por otra parte, en Japón el lirio blanco simboliza la paz, mientras que el rojo representa la guerra. Es una contradicción que encontramos al mismo tiempo en las pruebas, puesto que la sangre roja cubre el blanco de la flor.
>>Realmente el asesino no ha podido escoger mejor firma para presentarse. –concluyó Alejandra, satisfecha por haber captado la atención de los presentes. Leonardo se mesó la barbilla pensativo.
- Si la flor sólo dura un día…
- Han sido tratadas. –lo interrumpió ella, adelantándose a su pregunta. –Con una solución de glicerina o más probablemente con gel silica.
- ¿Y no hay rastro alguno de huellas en las flores?
- Absolutamente ninguno, al igual que en los cadáveres, ropas y demás pruebas. Ni una sola huella que no pertenezca a las víctimas o a personas del entorno de las mismas que han sido fácilmente descartadas como agresores.
- ¿Ninguna pista que la flor pueda aportarnos sobre el asesino?
- Por desgracia es una flor muy común hoy en día, y se encuentra con facilidad en cualquier parte. Al estar cortada muy cerca del cáliz y tratada no he podido obtener información alguna sobre la tierra en la que ha sido plantada. En la caja tampoco había resto alguno. Ciertamente el asesino está siendo muy cuidadoso con todo lo que hace.
- Con todo ese rollo de la simbología y de la pureza, yo diría que queda bastante claro entonces que es una mujer. –concluyó Torbes uniéndose a la conversación y contradiciendo a la doctora.
- Es muy probable -reconoció Leonardo,- pero todavía nos queda la opción de que sea un hombre que está vengando la violación de su mujer, o tal vez de su hija. Recuerda que nuestro asesino es alguien con mucha fuerza física.
- Hay mujeres que podrían tumbar a un hombre. –replicó el inspector.
- Supongo que sí. –concedió finalmente, deseando no alargar demasiado el debate.

Mientras la reunión proseguía su curso entre los datos, fechas, nombres y anécdotas referentes a las víctimas que los agentes habían ido recopilando a lo largo de los últimos cuatro días, Leonardo veía una particular película en su mente tratando de imaginar a una mujer dibujando los esperpénticos escenarios de los que él había sido espectador de excepción. Le resultaba casi imposible componer aquella imagen. Sus ojos captaban el contorno estilizado, delicado y femenino de Alejandra, sentada en la silla con sus torneadas piernas cruzadas provocando la tensión de la tela de su falda. Sus manos pequeñas y suaves, de dedos delgados que casi acariciaban el bolígrafo con el que escribía notas concentradamente en un block. Su cuerpo entero denotaba fragilidad a pesar de su carácter seguro e independiente. ¿Cómo podía algo así crear semejante monstruosidad?
Ella, sintiéndose observada, levantó la vista y comprobó con cierto interés cómo los ojos de Leonardo recorrían su cuerpo. Distraído y sumido en sus propias cavilaciones, de las que ella ignoraba por completo el sentido real del contenido, se topó con la mirada de la mujer, que lo observaba atentamente. Un tanto avergonzado por su despiste, apartó el rostro concentrándose en seguir la reunión.

La mañana se alargó robando horas y protagonismo a la tarde, y cuando terminaron de organizar la investigación las nubes que se cernían sobre Barcelona consumieron el último aspecto de ciudad diurna que restaba. Tras dar las últimas instrucciones a los agentes, Bruni se levantó con intención de retirarse a su despacho. Se acercó a la doctora para agradecerle su asistencia y despedirla con más educación de la que sus compañeros de sala le habían dedicado, pero ella se adelantó.
- ¿Chino, turco o tortilla? –él la miró con gesto de interrogación arqueando una ceja. – Supongo que tienes la costumbre de alimentarte todos los días. Son casi las cinco de la tarde y no hemos probado bocado. ¿Te parece que vayamos a comer algo?
La proposición le llegó inesperadamente. Realmente su plan había sido encerrarse en su despacho con un par de bocadillos comprados en el bar de la esquina pero, sin darse cuenta se encontró sentado en una mesa para dos ante un asado de pollo al as.
- No conocía este lugar –comentó ella mientras se servía un trozo de asado, -¿sueles comer aquí a menudo?
- En realidad suelo comer en mi despacho, si se puede considerar comer a mi dieta habitual. –Ella sonrió ante su mueca de desagrado mientras saboreaba un pedazo de pan empapado en salsa. –Pero conozco esta taberna bastante bien. Venía a menudo cuando era sólo un agente. Entonces tenía más tiempo libre.
- O quizá más ocupaciones fuera de la oficina. –sugirió ella.
- ¿Qué quieres decir? –preguntó interesado entre bocado y bocado.
- A veces usamos el trabajo como excusa para justificarnos y llenar las horas muertas de una casa vacía o simplemente para mantener la mente y las manos ocupadas el mayor tiempo posible. –explicó ella manteniendo la mirada fija en él para estudiar su reacción. Leonardo se la sostuvo, dedicándole una sonrisa un tanto irónica.
- Es una teoría interesante.
El teléfono interrumpió cualquier opción de réplica, y Bruni se disculpó llevándose el aparato al oído.
- ¿Qué ocurre, Torbes?
- Más vale que apures la comida romántica. Tenemos otro cadáver.

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