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domingo, 16 de noviembre de 2008

Caminante, en la luna (parte 1-1)



- ¿Me esperabas para darme las buenas noches, Isabella? –de las mil formas de empezar aquella molesta conversación, esta vez eligió la burla irónica. En una batalla donde el oponente estaba predispuesto a la enemistad, lo mejor era jugar con la reina y dejarse de mover peones para tantear la partida.
- Tus palabras siguen llevando tanto veneno como tus colmillos. –el desprecio que empañaba cada sílaba de aquel reproche sonó casi irreal entre los rosados labios de lo que era todavía prácticamente una niña. Lys, lejos de ofenderse, le mostró su mejor sonrisa luciendo la longitud afilada de los dos dientes que sobresalían en su maxilar superior.
- Ve al grano, Isa. ¿qué quieres? –preguntó deseando retirarse a su soledad de una vez.
- No te hagas la desentendida. He visto las noticias. Barcelona no está lejos y sus inquietudes tardan poco en abrazar las gentes de esta zona. No se habla de otra cosa en los diarios.
- Estoy cansada del viaje y tú estás fantaseando. –Lys se adelantó para intentar forzar a la joven a dejarle el camino libre hacia su cuarto, pero el pálido brazo de Isabella se lo impidió.
- Los asesinatos. Las víctimas. Las jóvenes que denunciaron haber recibido una flor ensangrentada. Lo he leído todo. La policía ya habla de un asesino en serie. –en boca de la joven, el recital informativo sonaba tan atropellado que hacía bailar su cordura por momentos. –Pero se equivocan. No deben buscar un asesino, si no una asesina. ¡Y la tengo delante!
Aquella acusación liberó la tensión que las dos habían ido acumulando a base de todos los arpones invisibles que se habían enviado en el escaso tiempo en el que se habían visto tras su reencuentro. Lys no se molestó en desmentir nada. No era necesario. Nunca había sido un misterio para el resto de habitantes de aquella casa el hambre de venganza con la que ella se había criado en aquella nueva y cuestionable vida. No lo había ocultado entonces, ni lo haría ahora.
- No es asunto tuyo, Isabella. –la advertencia sonó tajante, pero en los ojos de la pequeña ardía un fuego que no estaba dispuesto a ser sofocado tan pronto.
- Sí lo es si tengo que compartir el techo con una criminal. No puedo quedarme de brazos cruzados sabiendo que estas matando a … a …
- Termina la frase. –la retó Lys. –Termina la frase. ¿A gente inocente? Violadores, pederastas, maltratadores… ¿esa son la clase de gente a la que quieres proteger para que sigan haciendo lo que han hecho hasta ahora?
- ¡No! –balbuceó Isabela con lágrimas en los ojos. –Pero sólo Dios tiene el derecho de juzgar sobre la vida y la muerte. ¡No tú! Tú menos que nadie, cuando no los estás matando por hacerle un favor a la humanidad, ni por que sean todo lo que has dicho. Sólo lo haces por ti y por tu diabólica venganza. Los haces pagar por algo que no han hecho. ¿A cuántos tendrás que matar para olvidarte del hombre que te violó?
No fue la casualidad la que terminó la conversación con aquellas palabras, con aquella interrogación. Isabella sabía en el fondo que había ido demasiado lejos con sus reproches, que había cruzado una línea que Lys siempre marcaba con suficientes avisos como para no ser traspasada, y lo había hecho a conciencia. No obstante, ahora que lo había dicho, la expresión de la vampira desenterraba en ella el miedo más profundo e irracional de todos los que la atacaban a menudo. El reflejo que las llamas despertaban en los ojos de Lys se relamía con una excitación macabra que rozaba la locura, y entre aquel ir y venir de destellos, el rostro compungido de la muchacha se contemplaba como en un espejo a punto de quebrarse.
- A los que sea necesario. –su voz arrastrada penetró en la espina dorsal de Isabella como el agua entre la arena.
- Arderás en el infierno… ¡y nos arrastrarás a todos contigo…!
- No te equivoques, querida. –Lys acarició la suave mejilla de la muchacha y cerró sus largos dedos alrededor de su mentón, acercando su sonrisa a escasos centímetros de ella. –Ya estamos en el infierno.

El taconeo que se llevó a Lys a su cuarto retumbó en las sienes de Isabella, cuyos ojos se perdían en la nada como el carbón entre las brasas. Retrocedió, aterrada, y cerró la puerta de su habitación de un portazo respirando agitadamente entre gemidos que barruntaban palabras indescifrables. Las innumerables llamas que danzaban sobre las velas por toda la habitación alumbraban el rostro piadoso de decenas de santos que se rifaban su lugar en aquel cuarto y en el corazón de su dueña. El único adorno que desafiaba su mística presencia, era un retrato antiguo de una pareja adulta sobre el que pendía un enorme crucifijo austero a la luz de un gran cirio blanco incrustado en un pedestal de forja. Isabela se abalanzó con desesperación de rodillas ante el crucifijo y enredó sus manos convulsionadas en un temblor incontenible alrededor de un rosario cuyas cuentas de marfil habían perdido el brillo inicial por el abusivo roce de las manos que se aferraban a él como a la vida.
- Ten piedad de mi alma, ¡ten piedad de mí! –suplicó con la voz desgarrada mientras aprisionaba la pequeña cruz de plata entre los dedos. Su voz quebrada se deshacía en oraciones y ruegos a aquellas imágenes sagradas mientras su menudo cuerpo se mecía en un balanceo inconsciente arrodillada en el suelo de su habitación. Cuanto más rezaba, más apretaba el pequeño rosario, hasta que el fino metal hendió la delicada piel de sus dedos. El vivaz olor de su propia sangre penetró en sus sentidos potenciado por su sed, recordándole las cadenas que aquella condición le había impuesto. Aún en aquel castigo doloroso, el propio dolor le recordaba el pecado que su sola existencia maldita suponía. La culpabilidad y el rechazo a sí misma, a tener que soportar aquella sed, a sentir la presencia del diablo en su mismo cuerpo, dominando sus instintos e impulsándola a desear abandonarse a aquel deseo de sangre que se convertía en una estafadora necesidad… Gritó de desesperación y se dejó caer, golpeándose la cabeza contra el suelo una y otra vez hasta que el aturdimiento hizo desaparecer aquel olor enloquecedor. Se arrastró entre gemidos hasta el pedestal de hierro y dejó que sus manos lo recorriesen por encima de su cabeza para no perder jamás el gesto de súplica que habría de liberarla de su calvario. Los dedos alcanzaron el calor de la llama y se retiraron instintivamente. Entre el cabello despeinado que le caía ante la cara humedecido por las lágrimas, observó su bailoteo anaranjado. Sus manos temblaban, los dedos agarrotados en tensión, sudando a medida que se cernían sobre la cúspide ardiente del cirio.
- Que mi cuerpo arda en el infierno pues, ¡más no dejaré que mi espíritu se vaya con él! –el contacto del fuego con la piel de las palmas de su mano desató un grito desgarrador que resonó en toda la mansión.

3 comentarios:

Carlos dijo...

Quiero mas quiero mas quiero mas!!!! jajajaja

The Kaisher dijo...

Una justiciera en busca de venganza, una vampiresa preocupada por su alma, un inspector de los de cigarro y gabardina,... y una imaginación fértil y maravillosa. Nos tienes a todos enganchados.

Benito Camelas dijo...

Vaya, yo que pensaba que no quedaba vida inteligente en la Tierra...y resulta que hay, vaya que si hay!!!